Hoy, después de una larga lucha, Luciano Pavarotti colgó el tuxedo (ing. tocs-sí-do).
No quiero decir mucho de su vida por temor a sonar como semblanza de Noticieros Televisa, sin embargo me limito a platicar el contacto que tuve con él y su música, que creo que es su legado más valioso.
Con la ópera me sucede algo muy curioso: puede parecer algo sumamente snob que es compltamente contrario a lo que soy. Nada más de pensar en que fuera necesario asistir a una noche de ópera vestido de gala me invitaba a rebelarme y perder la oportunidad. Sin embargo una buena interpretación operística siempre conmueve, y con Pavarotti esto siempre sucedía, no importaba qué papel interpretara en la obra o si solamente cantaba una canción.
En ese sentido, Big Luciano nos enseñó que el formato de ópera que representa ese público acartonado y opulento que solía asistir a las representaciones clásicas ya es obsoleto; que la música es un lenguaje universal que permite fusiones que antes podrían parecer sacrílegas como la de escuchar un tenor cantando al lado de una estrella de rock; y que el hecho de ser el mejor tenor de la época no le impidió unirse a causas tan humanas como las que abanderó con sus conciertos masivos, razón que lo acercó a personalidades tan diferentes a él como Bono (vocalista de U2), pero con un valor universal muy claro y contundente.
Y cómo olvidar sus representaciones en lugares mágicos como el partenón o la pirámide de Chichén-Itzá.
Este hombre en realidad rompió muchos de los mitos alrededor de la ópera y la acercó a la gente común como yo, razón por la cual siempre le estaré agradecido.
Por estas razones es justo decir: ¡Hasta siempre, Big Luciano, tu lugar será difícil de llenar!
SiNfuLjAmEs
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